miércoles, abril 26, 2006

LukaS-aMaranTa [vidaS]::::

[explicación: dudo que alguien lo lea. OK, entendible.Un punto importante; éste es un cuento que lo escribí en 3º medio, así que errores de cualquier tipo, absténganse de recordármelos]


--->VIDAS<---

“…Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos…”

Táctica y Estrategia, Mario Benedetti

Una tarde de Octubre, con el sol a sus espaldas y la mirada fija en un punto lejos de él, Lukas cerró la puerta de su departamento. Literalmente la cerró por que absorto en sus pensamientos recordó no tener llaves. Se apoyó en la pared, miró la puerta blanca que sus ojos toparon, los 3 numeros dorados que algo decían, cerró los puños… tendría que esperar a que ella llegara. Había fallado. Un punto menos para Lukas, otro anotado para ella. Otra razón para gritar hoy en la noche, otro motivo de discusión. Sentía tanta rabia...
Empezó a palparse las llaves del auto en el bolsillo posterior de sus jeans gastados. Sí, aún había algo que no olvidaba. Apretó el botón del ascensor, y comenzó a esperar. Hace mucho que esperaba, pero se estaba acostumbrando a esa sensación de rumiar los recuerdos, de no conformarse con sus días, menos con sus noches, aunque eso no significaba que hiciera algo por cambiarlos. Sacándolo de sus monótonos pensamientos, se abrió la puerta del ascensor.
El reflejo del vidrio le devolvió una mala jugada, no era el mismo de hace unos años atrás. Seguía creyendo en el destino, en la suerte, en que a las personas como él el tiempo pasaba de largo, pero al mirar esas ojeras, su pelo desordenado y esa barba de días empezó a dudar de la veracidad de ese hecho. A lo mejor nunca fue protegido, nunca fue especial, pero ya era muy tarde para pensarlo. Hace mucho que estaba acostumbrado a esa idea. No iba a cambiar.
El ascensor se detuvo y en el piso 6 subió una señora morena con un perro… lo saludó, él esquivó la mirada. Empezó a mirarla detenidamente, las manchas en su cara, la nariz… la soledad, la pequeñez, la arrogancia que exteriorizaba. Sola, pequeña, arrogante… como ella…
Caminó a paso firme por el estacionamiento, aprovechó de buscar un cigarro entre sus bolsillos. Elemento encontrado, pero no tenía encendedor. Abrió la puerta de su auto, y se sentó rápidamente. Prendió el cigarro con el dispositivo del auto; y con la cabeza apoyada en el volante aspiró e inspiró demasiadas veces. Empezó a sentir frío, y rabia, impotencia, no entendía tantas cosas, aunque sentía que a esas alturas ya no era el momento de entenderlas. Tenía que empezar a mirar para adelante, su pasado le dolía tanto que prefería esperar. Cualquier cosa, lo que fuera, y mientras la espera se empezaba a traducir en meses, y años, Lukas trataba de sobrevivir junto a ella.

Amaranta miró las luces que chocaban contra el aparador. Sintió frío y se subió el cierre de su chaqueta negra. Siguió caminando con pasos cortos, había olvidado donde había dejado su auto. Miró hacia la vereda contigua, un niño con su madre le devolvieron la mirada. Por el viento y las nubes que se arremolinaban sobre su cabeza, intuyó que iba a llover.
Se tocó el pelo con las manos, rubios y largos cabellos que bajo ese contraste de chaqueta negra daban la impresión de soledad abismante, de tristeza imperiosa. Aminoró el paso, se acordó de su café de la esquina, el mismo que visitaba todas las mañanas para tener que escapar de la mirada de él, de su despertar, y dobló en la calle contigua.
Dentro había un calor agradable, se sentó en su mesa nostálgica y esperó… esperar como lo había hecho toda su vida. Comenzó a buscar en la cartera su eterna cajetilla, su estatus de nicotina, esos largos cigarros que en su mano tan delgada parecían continuación de sus dedos.
Una tipa limpiaba con ahínco las mesas al lado de Amaranta. Siempre lo mismo; movimientos circulares que sacaban la suciedad pegada de hace días. Se detuvo en su trabajo, la mujer de rubios cabellos la llamó con la mirada. Sonriendo se acercó a ella.
-Buenas tarde señorita, ¿Qué desea?, café, té, tostadas…
-Un cortado simple por favor. Y un vaso de agua.
La mujer con delantal se empezó a alejar. Amaranta a su vez no podía alejar los turbios pensamientos de su cabeza. Miró hacía afuera a través del cristal que la separaba del viento que comenzaba a correr y a llevarse el polvo que días atrás había caído sobre la calle. Gruesas lágrimas empezaron a caer a través de sus anteojos oscuros. No entendía gran parte de su vida, no entendía que hacía viviendo aún con la misma persona que tanto daño le hacía. Llevaban años de complicidad, de convivencia constante a pesar de la oscura mirada de sus padres y de sus cercanos al ver que alguien como ellos seguían viviendo juntos sin ningún tipo de compromiso, a pesar de que ellos lo preferían así. Eran los mismo de hace años envueltos en cansancio, monotonía…
Amaranta sabía que los besos de antaño ya no eran nada comparados con los de hoy en día. Intuía también, que él ya no la amaba pero no sabía mirar el mundo si no era de su mano. Mientras todos sus amigos chocheaban con sus primeros hijos, ellos seguían inmersos en lo mismo de siempre. Ella sabía que no se merecía todo lo que le daba… cariño, seguridad…
Se había acostumbrado a despertar a su lado, a vivir con sus nostalgias, a sus inminentes idas y reconciliaciones. A las despertadas a las 4 de la mañana por que se encontraba en un pub de mala muerte ebrio como casi todas las noches. Tan solo, tan pequeño, tan arrogante como siempre. Era cosa de casi todas las noches cargarlo hasta su departamento y pedirle al conserje del edificio que lo ayudara a subirlo por las escaleras, se moría si alguien sabía del infierno que vivía en las cuatro paredes de su casa. A limpiarlo y vestirlo para acostarlo a su lado. En su cama. La de los dos.
No sabía en qué momento el hombre que la hechizó desde el primer día con sus verdes ojos, ese hombre tierno, preocupado, esforzado y que la adoraba se había convertido en alguien que cada día reconocía menos. Su madre le había dicho que al despertar, toda pareja tiene que rehacer su amor todos los días. Amaranta sabía que hace mucho tiempo ninguno de los dos se preocupaba por rehacer, reconstruir, reamar. Todo se había roto. Por eso, prefería esperar.

Lukas dobló a la izquierda. Sacó el último cigarro que le quedaba, y subió el volumen de su fiel compac de Portishead. Bajó la ventanilla y el frío viento invernal de Santiago le pegó de golpe en la cara. Siguió de largo, no sabía por qué estaba manejando ni hacia donde se dirigía…
Había olvidado su celular arriba de la cama, la verdad era que no había sido del todo casual. Sabía que ella lo iba a llamar, odiaba que controlara su vida. Aunque ella no se lo dijera, era obvio que ya no lo amaba. La rutina los ahogaba, ya casi no dormían juntos. Hace mucho que no la veía, sólo la encontraba en sus sueños.
Lukas se sentía tan inútil como nunca antes, a pesar de ser un Ingeniero titulado, nunca había trabajado. O si lo había hecho, ya no lo recordaba. Su vida giraba gracias a ella. Tan vacía que le sonaba su vida, pero a veces habían momentos en los que veía en sus ojos el brillo de años antiguos. Y quería protegerla, cuidarla, la veía tan indefensa, tan niña, pero se quedaba callado. Sabía que ya todo era parte de un pasado que no valía la pena rehacer, ya todo estaba demasiado perdido.
La adoraba como nunca, pero cuando ya era tarde, ella llegaba, Lukas se encerraba en la pieza a tratar de sentirse un poquito más, a fumarse sus ilusiones y pensar la manera de decirle que la amaba. Pero de repente abría esa puerta, sin siquiera saludar y sin saber cómo comenzaban las peleas y discusiones de todos los días, él mismo escapando de sus responsabilidades cerrando de un portazo la puerta de su departamento, ese mismo lugar que antes estaba tapizado de ilusiones y sueños, manejando como loco por las lúgubres calles de Santiago en la noche, y llegando a un bar. Tomando para olvidar, para sentir un poco menos. Y después sin saber como, se despertaba en la mañana en su cama, sin ella… ella nunca estaba, ella ya casi no existía… tan solo en su mente…
Lukas no sabía vivir sin ella a su lado, estaba acostumbrado a buscarla en los rincones más oscuros de su pieza. Antes de ella, nunca había pensado seriamente en las mujeres. Una vez Andrés, su amigo de toda la vida le dijo una frase que la convirtió en su máxima del amor: “Las mujeres son para quererlas, no para entenderlas”. Y en eso se le había ido parte de sus días, nunca había entendido a ninguna de las mujeres que desfilaron por su vida; casadas, solteras, morenas, chicas, hermanas, amigas; todas con algo en común; una belleza y soledad abismantes que a la vez lo atraían y lo aterraban.
Nunca había tratado de entender a las mujeres, hasta que la conoció. Desde que la vio una noche de Enero en el pub de moda con sus amigos que pensó que esa era la mujer tan única, éterea, sensible con la que quería vivir para toda la vida. Le llamó la atención su mirada alerta, su pelo rubio… sabía que la idealizaba, muchas veces ella había tenido la culpa de todo. Ella, tan sola, tan pequeña, tan arrogante.
Nunca le haría daño, pero ya estaba cansado. De esperar, de vivir tantos años en lo mismo, de seguir creyendo que había algo de amor entre ellos. De seguir creyendo que seguía cerca, que existía. Gruesas lágrimas cayeron bajo sus ojos, y tratando de apartarlas con furia fue a buscarla a su café, a ver si la encontraba ahí. Como siempre, esperando.

Puso unos billetes encima del mostrador, sin darse cuenta el café se había llenado de gente. Amaranta notaba como muchos ojos la miraban con interés, y trató de ocultarse detrás de esa pantalla oscura delante de sus ojos. Tomó el vuelto, y dando media vuelta comenzó a alejarse de la tipa que seguía limpiando una mesa tras otra. Y otra. Y otra.
Sintió un ruido metálico caer bajo ella, y al agacharse para recoger la llave que había caído notó unas zapatillas demasiado conocidas que entraban por aquella puerta. Al levantarse lo vio. Demasiado inseguro, tan niño como siempre. Hace mucho que no lo veía, quizás años… sólo sabía que llevaba años de matrimonio con una tipa que él no quería. Lo abrazó como en los viejos tiempos, y le preguntó por su mujer.
-Murió hace mucho Amaranta, ya hace dos años que mi vida es casi rutina, casi vacío. Me la imagino en todas partes…- dijo con una voz casi imperceptible- ¿y tú?, ¿aún conviviendo con Andrés?.
-La verdad es que sí. Una relación agotadora, tú sabes como es él…-miró sus eternos ojos de pena, no tenía idea de la muerte de su esposa- no sé, sigue tomando, ya estoy cansada…
En fin, hace mucho que no te vemos por el departamento, ¿en que estás?, ¿Qué haces aquí?.
-Mejor sentémonos y te cuento.
-Bueno, sentémonos. Parece que no soy la única que espera, ¿o no?- dijo Amaranta sacándose sus anteojos.
-Sí-le respondió Lukas- yo ya dejé de creer, de entender… hace mucho Amaranta… hace mucho…
Se sentaron en la mesa que Amaranta recién había dejado. La silla aún estaba caliente, Lukas le ofreció otro cortado y comenzaron a conversar. Hace mucho que no se veían, el amigo de Lukas, Andrés, había tenido una gran pelea con él y dejaron de hablarse hace mucho. Pero esta tarde, en ese café de casualidad no habían venido a conversar sobre eso. Habían venido a tratar de esperar, de cerrar círculos, ciclos, historias que aún les dolía. Los dos sentían lo mismo, un sordo amor que para ellos, de una forma u otra no les era correspondido. Estaban cansados de todo, incluso de ellos mismos, y como viejos amigos volvieron juntos al departamento de Lukas. Siguieron tomando cafés y fumándose las ideas hasta mucho más tarde, incluso cuando Amaranta apagó por primera vez desde hace tanto años el celular. No estaba para nadie, ni siquiera para Andrés.
-¿Y qué pasó con tu esposa, cuando ocurrió todo?
-Es una larga historia, la verdad es que nunca la amé realmente- tomó una gran bocanada de humo, respiró profundamente y prosiguió- Nunca la extrañé, nunca la necesité hasta que no estuvo conmigo. Hoy me levanté más melancólico que lo normal, y vine a buscarla en su café de siempre. Si tu estás cansada de cuidar al ebrio de Andrés todas las noches, yo estoy cansado de recordarla, de imaginarla tan nítida en todas partes…
-La verdad es que para mí no es un dolor tan grande-mintió sin culpa- Yo ya estoy acostumbrada, quizás lo que siento no es amor realmente, si no una especie de veneración hacía él, de miedo a empezar de nuevo. Sola. -lo miró fijamente, cuánto debe haber sufrido en tan poco tiempo este medio hombre-niño…-Pero ya ves, por primera vez hace tantos años no estoy para Andrés- y rió entre las lágrimas que involuntariamente empezaron a caer bajo sus mejillas.
-Es verdad- respondió Lukas con voz apesumbrada -¿Sabes? Somos dos naúfragos de nuestra propia historia, creyendo que hemos vivido tan bien cuando la verdad es que todo es simplemente una mierda…
Apenas dijo esto se levantó y se acercó a la ventana. Aspiró hondamente el último cigarro de la noche, y dejó que sus lágrimas cayeran hasta mezclarse con esa barba que desde que ella no estaba, pocas veces recordaba cortar. Sintió el contacto con el cuerpo de Amaranta, un abrazo que le dolió más que nunca, simplemente por que hace más de dos años que nadie lo abrazaba de esa forma. Se dio vuelta, las luces de la ciudad se mezclaban entre el olor a su perfume y el humo de cigarro. Miró sus penetrantes ojos, tan parecidos a su mujer, y mirándola a los ojos le dijo:
-Estoy cansado de esta vida.-suspiró profundamente, y después de un prolongado silencio prosiguió- pero si quieres acompañarme a vivirla…tan sólo esta noche… yo…
-Da lo mismo Lukas. A estas alturas, después de tantos años de esperar, tantos años de idas y venidas, nos venimos a encontrar ahora. En nuestras vidas, hay muchas heridas inescudriñables, yo no sé amar… sé adorar… no estoy acostumbrada a dormir una noche de largo…- y la calló el beso que le cambiaría todo su pronóstico, toda su existencia.

Han pasado años desde aquel encuentro. Nunca más se volvieron a ver, fue tan solo una noche de compañía. Lukas todavía recuerda el perfume tan tenue que lo acompaña a veces mientras camina; Amaranta de una forma u otra significó el renacer de su hombría, del amor…
Los dos siguen solos, pero casi sin heridas.
Amaranta pudo dejar al hombre que tantas veces le rogó después volver, y aunque volvió a su lado más veces de las deseadas, pudo cerrar ese capítulo de su vida y dejarlo atrás. Nunca pudo olvidar a Lukas, no por el hecho de aprender a amarlo en tan solo una noche, si no por que coincidió con el comienzo de una nueva vida para ella. Nunca lo buscó, sabe que si lo encontrara serían demasiados recuerdos ligados a Andrés. Aún ni siquiera ella misma sabe cómo pudo dejar todo atrás, y aunque a veces le duela su soledad, tal como ella misma pensaba, no era todo tan terrible. Era mejor así. Esperar…
A Lukas aún a veces le duele el recuerdo. Aunque sigue solo, vivió un largo pololeo con una amiga de toda la vida. No sabe si fue su ternura, o sus ganas, pero pudo curar gran parte de sus recuerdos. Está tranquilo así, solo, dejó de soñarla por todas partes, de imaginársela peleando, amando, llorosa y ausente; aprendió a vivir su viudez con 28 años a cuestas. Volvió a trabajar, viajó mucho. Una vez vio a lo lejos a Amaranta, le pareció más bella que nunca… pero la dejó ir, no estaba preparado aún para nada. Por primera vez dejó de escaparse de la vida, de las responsabilidades…
Los dos de una u otra forma dejaron de esperar. De sobrevivir, y siguieron adelante a pesar de sus caídas. Sus vidas misteriosamente se entrelazaron aquella noche de Octubre, y cambiaron para siempre. Vidas indisolubles y cambiantes, vidas que dejaron de ser sobrevidas a días vividos, a sueños, a anhelos alcanzados y ciclos cerrados… los dos aprendieron a vivir con el recuerdo, y no morir por él. Y siguen ahí, tranquilos… Esperando…