domingo, diciembre 02, 2007

bienvenidoS::::::

Adelante, pasen.
Lo sé, perdón por el cojín de zebra y las uñas rojas, pero es que todo esto me pilló de sorpresa y no alcancé a arreglarme.
Sí, hace un poco más de un año que comenzamos a sentirnos mal... ajá, en Enero fue que nos dictaron enfermedad terminal.
Al principio me costó, pero creo que la peor imagen que tengo de él es el fondo de Santiago lleno de estrellas, yo llorando y él sin saber que me estaba despidiendo de todo esto, que era la última vez porque ya sabía de su estado.... ya sabía que nos estábamos muriendo...
Lo asumí una noche de sueño en el que me fumé la ansiedad, y supe que sólo de esa manera sería capás de olvidarlo: matando lo que nos unía, optando por una última medida desesperada, alcohólica y de poca monta, y claro, no fuiste capás si quiera de notarlo.
Sí, eran las cinco de la mañana y habíamos tomado más de la cuenta, pero mis lágrimas decían demasiado. ¿Alguna vez me habías visto frágil, sin corazas, dejando de lado nuestro orgullo de temor a doler?, ¿Me habías visto así de quebrada, así de frágil, así de presente?...
No notaste la música de fondo que auguraba tragedia, ni menos la carroza fúnebre que nos esperaba a la vuelta de vacaciones.
No me escuchaste porque de alguna forma me odiabas al saber que ya no había vuelta atrás, que había roto nuestra mayor regla: nunca enamorarnos, nunca amar. O por lo menos, hacerlo tan bien que nunca se sepa.
Y claro, fui lo suficientemente loca para asumir la muerte.
Te lo dije, llorando, quebrada en dos partes porque estaba desesperada, olía el olor nauseabundo de cadáver, veía la iglesia repleta de gente, de recuerdos, de canciones... ¿cómo no lo notaste al ver mi mirada suplicando que por única vez abrieras tus dolores y me dijeras la verdad?.
Pero no lo hiciste.
Aún en los últimos segundos de vida que nos quedaba fuiste un poco hombre.
Me intentaste dejar tranquila con una metáfora barata que me olía a miedo, argumentaste que estabas congelado... mierda, ¿no sentías como me moría por darte todo el calor del mundo?.
Entonces manejando hacía mi casa, agotada de tanto llorar, de llorarte, de llorarnos el final, llegué a mi pieza y empecé a mentalizarme para el funeral después de tus cinco años de vida.
De vida y de nada, porque siempre fuimos todo y nada, fuego, aire, mar y miedos.... risas, cagadas, amigos, confidentes, amantes, libros, letras, canciones y respiraciones entrecortadas porque no sabíamos respirar.
Días después partí al sur.
Fue un viaje familiar, íntimo, y entre tus canciones que no tienes idea cuánto te recordaba, y páginas de un cuaderno que estudiadamente se perdió, hice tu carta de despedida. Procesé, recé, creí en mi misma y en todo esto, y te tiré junto a mi recuerdo.
Llegó marzo, y la desición ya estaba tomada.
Ya te había enterrado, sin saberlo había hecho de tu funeral 2 meses de pena y de rabia... no tenías idea, pero tu lápida en mi cementerio se veía tan especial...
De ahí para adelante el proceso fue lento, cercano, doloroso porque me habrías el alma ante cualquier recuerdo.
Porque yo te había matado, y tenía que ser capás de enfrentar tu muerte con dignidad, con los ojos llenos de lágrimas pero siempre fuerte, siempre digna.
Hasta en el duelo fuiste un hijo de puta, te convertiste en mi peor pesadilla.
Transformaste todo este amor en un odio profundo, cercano, que aún duerme conmigo y me ayudó en los peores momentos a aceptar la realidad: la persona que yo conocía ya no iba a volver jamás.
Y junto a tu muerte se antecedieron otras muertes; las de mi alma, de mi mejor amiga, de mi grupo antiguo, de mi cumpleaños, de mis canciones, incluso de mis intentos por resucitarte... Te encargaste de penarme cuando menos lo creía, hiciste lo ideal para que lograras convertirte en un hombre odiable sin nada que ganar. Ni menos que perder.
Entonces fue ahí que entendí tu muerte.
Y a Dios también, para que decirlo.
Te había matado porque ya estabamos muertos de mucho antes, ya no éramos capaces de seguir con todo esto y llegó un punto en que era la muerte o la sobrevida.
Sí, quizás fui egoísta pero no puedes negar lo felices que somos ahora.
Tú con tu mundo, yo con el mío.
Para mi tú moriste el mismo día en el que en aquel mirador traté de resucitarte y no fuiste lo suficientemente sútil para entenderlo.
Me hiciste daño consciente y automatizado, te pasaste por la raja todos estos años porque no entendías mi opción de funeral autoinflingido... esa era tu forma de odiar por todo lo querido, hacerme daño en lo más profundo, sólo porque no podías asumir que estábamos rotos de hace mucho, mucho antes.

Ahora, las cosas son diferentes.
Ha pasado casi un año desde aquel día, y no puedo negar que te apareces de forma extraña dentro de mi vida.
Ya no te siento ni me importas ni me llegas, porque claro, logré salvar lo que quedaba de nosotros...
Te recuerdo en los mejores momentos, porque en el momento en el que supiste que te había matado ya no eras tú... y ódiate, porque casualmente de tu odio nació este cuento-relato, estas ancias de escribir lo no escrito en un año, sólo porque ya boté todas tus cartas, quemé todas tus fotos y tu sonrisa no es en ningún caso la que yo recordaba.
Ni menos tu corazón ni tu alma...
Da lo mismo, quiébrame en dos de nuevo si quieres, pero tu recuerdo quedó encapsulado hace mucho tiempo atrás, cuando éramos dos niños chicos que entre lunas y canciones escribían el primer capítulo de una larga historia.
Tengo guardado en pequeños espacios de mi cuerpo tu olor, tu risa burlesca, los mejores besos, las miradas complices, las conversaciones, la rabia, el llanto, la culpa... todo, todo lo tengo encerrado dentro con un candado sin llave.
Ya no puedes matarme ni a mi ni a nuestro recuerdo: es lo único que nos queda, es nada lo que nos queda... era lo único que teníamos.
Ahora que vivimos del presente, no nos queda nada.
Gracias por la compañía, pero ya no me visto más de negro... el luto ya pasó.