miércoles, septiembre 02, 2009

No voy a Escribir::::.::.::::

Las casas de ayer parecían diferentes.
Ayer llovía, y tu no estabas para escuchar la lluvia conmigo.
Entonces llegué a mi casa tarde, agotada, y me metí en mi cama.
Y estaba más helada de lo normal.
Sin tí cerca, todo siempre está más frío.

Me despierto mecánicamente, ladran las perras, ladra mi mente, todo ladra.
Y siento que no puedo escribir.
No me salen las palabras de los dedos, no me salen los sentidos ni las ganas, todo me da miedo.
Nudo en la garganta, nudos en las tonteras de las que ya no te ríes,
aún rebota en mi cabeza los gritos, los malos tratos, el llanto.

Eso es lo que más odio, llorar.
Sentirme tonta, frágil, que tienes que contenerme porque yo no soy capaz de contenerme sola.
Y es ahí cuando te odio profundamente.
Odio que no me entiendas, odio que desconfíes, odio que seas capaz de apendejar una relación a este extremo.

Todo se mezcla entre lágrimas, sudor y rabia.
Mis palabras hieren porque me siento partida en dos, y eso lograste; partir en dos todo.

Pero no todo es culpa tuya ni mia.
A estas alturas no tengo idea de quien es la culpa.
No voy a escribir de las noches recordadas a ti, ni de los sueños constantes de tu sonrisa.
Tampoco de las veces en las que me duele la guata porque te veo a lo lejos, ni de las conversaciones que rememoro una y otra vez porque me hacen el día.

Nunca más voy a escribir de tus manos con lunares de serpiente,
ni de tu guitarra que tantas veces he escuchado.
No voy a describir tu pelo corto al que por fin le puedo hacer cariño, ni tu media sonrisa cuando no sabes qué responderme.

No quiero describir tu espalda entre las sábanas cuando la aprieto contra mi porque tengo frío por dentro y no sé cómo quedarme dormida,
ni la cantidad de alfajores que pueden nombrarnos.

Nunca más los helados del Emporio, ni las veces que caminamos por calles del centro tan innombrables como la música que a veces escuchas.
Nunca más el sueño de la tarde que apreto contra mis ganas porque no podemos hacer nada solos,
nunca más la risa, esa risa monocorde y fuerte con la que me contagias y me haces reirme a carcajadas...

No quiero hablar de las sorpresas con café cortado y flores,
ni de la lluvia que a veces cae por tu ventana con vista a esa tétrica cruz de iglesia.
No más historias de los ajenos, no más cuentos sin terminar.

Esta vez, será la última vez que escribo de ti.