miércoles, junio 07, 2006

eliSa::::

Y caminabas lenta, segura.
Y yo creía que tus ojos verdes denotaban más tranquilidad de lo normal, pero poco a poco me fui equivocando.
Tus gestos se iban mezclando con tu capacidad de tirar mil palabras por segundo en una sola conversación, y así fuimos inventando maneras para comunicarnos mejor, o eso creíamos.
Desde la primera vez que te conocí me llamaste la atención: tus ojos, esos malditos ojos que según tú decían demasiado, tu boca, siempre lista para esbozar una sonrisa coronada por dos margaritas que le quitaban seriedad a tu cara. Tu cuerpo, tu largo pelo café era toda armonía; me daba por pensar que me había encontrado con un tesoro innombrable.
Tu forma de vestir era única: nadie como tú para mezclar anchos pantalones de mil bolsillos con poleras de los 80´, esa década que decías era hecha para ti pero pasó sobre tus narices tan luego que ni pudiste disfrutarla.
No pretendías destacar ni ser diferente al resto, pero ambas sabíamos que era imposible. Tu nombre sonaba dulce: “Me llamo Elisa, pero dime Tita”, frase cliché con la que me saludaste distraída, y que tiempo después siempre usábamos para reírnos de nosotras mismas.
Era extraño, pero te sentía conocer de toda una vida: tus miedos, tus afectos, tus carencias, todo tenía un gusto de ya haberlo vivido antes. Te entregabas por entero apenas encontrabas un sitio calientito donde derramar tanto que guardabas: el cariño en cada cosa que ponías era inmenso, y aunque no quisieras delataba la gran persona que eras.
Tu forma de mover las manos llegaba a ser casi exagerada: te encantaba expresarte a mil por hora sin forma ni modo, sólo hablabas y saltabas y te callabas de inmediato, todo era rápido y sin cálculo alguno, eras impulsiva y 100% corazón y te lamentabas de no saber llorar.
Si te veía en invierno, entre la lluvia y el frío parecías casi invisible, volátil, saludando a cuanto indigente se te pasara por el camino. Con esos audífonos gigantes, te reías del mal tiempo y cantabas para quien quisiera escucharte canciones que casi nadie recordaba.
Tu vida giraba en 360º y no intentabas pararla: amabas el tirarte sobre el pasto y conversar con las nubes, jugar con tu perro y terminar hecha una pena, o simplemente ir a tu fiesta de graduación con pantalones anchos y una flor bien roja entre tu pelo enmarañado que te hacía ver la princesa más triste de toda esta historia.
De a poco, tu voz ronca y gastada se empezó a hacer cada vez menos audible. Dejamos de vernos tan seguido, y de repente simplemente no nos vimos. De un segundo a otro se paró la magia, los sueños, las risas hilarantes, las mil ideas, las mil historias.
Y te perdí rastro, pero peor aún, te perdiste a ti misma.
Y dolió, me imagino que dolió mucho el tener que volver a reconstruirte, volver a rehacer aire en ti, y recuerdos. Por que era difícil, más aún intentar borrar de tu vida a la única persona que más te dañó: tu papá.
Y cuando te vi eras otra, ya no juntabas tapas de bebidas antiguas ni ibas volando por tu existencia ni tenías esa mirada rara tan tuya. Ya sólo eras. Y me dio pena , me llegó dentro tu historia, tus carencias, esa forma tan directa de decirme: “perdona, pero no ando muy bien el Rodrigo se murió”, y así cerrar el tema. La muerte de tu papá me olió a miedo, a cerrar etapas de amor-odio, de tratar de ser lo que nunca pudiste ser: cuando te vi esa última vez eras toda una niñita compuestita de vida ideal, aún cuando las dos sabíamos la mierda que vivías.
Y ya no había audífonos ni música ni ropa extraña ni todo ojos y color. Ya no había nada.
Y desde ese 28 de noviembre de 1987, que nunca más supe de TI.